REPORTAJE: Cambios en la producción musical

Apagad los ojos. No los necesitáis

Por Jorge González Solano

Puedo llorarte miles de canciones para reconquistarte, rasgar una guitarra, cantar y pasar la gorra en el metro. Me puede gustar la gasolina, o la armonía de diez instrumentos de viento en conjunto. Puedo bailar, saltar, gritar, llenarte de luces o quedarme en silencio. Puedo ondear una bandera o quemar varios contenedores. Puedo hacer tantas cosas y más porque soy capaz de escuchar.

La música evoluciona y cambia en todos los aspectos a lo largo del tiempo. En la actualidad, no es algo en sí misma, sino que está ligada a los demás ámbitos de la vida. Ya no es solo el placer que provoca, o no, escucharla, también ocupan un gran porcentaje el tema, la causa, la técnica, la letra, la producción y cientos de “porqués” involucrados en el apogeo de la música.

Nos remontamos a los años 50 y 60, tiempo del rock y del nacimiento de todos los subgéneros. Los grupos se buscaban la vida para ambientar los pubs y cafés para darse a conocer, algo que hasta el momento no ha cambiado. Con el auge de estas bandas y la ambición por sus obras, la gente comenzaba a asistir a los pequeños conciertos, algo que fue visto como carne de cañón para los especuladores, managers y discográficas en busca de jóvenes promesas. Normalmente eran estos cazatalentos los que acudían a fichar a quienes creían que tenían madera. Estos artistas firmaban contratos para grabar discos, concretar giras, elaborar videoclips, spots, etc. Es decir, mano a mano, artistas, representantes y empresarios del mundo de esta industria sacaban a flote un proyecto a base de ritmo, dedicación y buen gusto.

En el siglo XXI, las nuevas tecnologías, además del concepto, “moderno”, la comodidad ha llegado a casa conjuntamente con la individualidad. Las redes sociales nos conectan, pero también nos independizan. Ejemplos son los blogs, o las cuentas de twitter, donde cada uno puede producir y acceder a información inmediata sin necesidad de comprar noticias en papel de periódico. Pues estas tecnologías afectan al nivel de vida, y esa escasez de dependencia también está afectando a la creación musical.

Los grupos siguen marcando el número de teléfono del dueño de una sala de conciertos para tocar, lugares que, prácticamente, acaban de nacer. Este ha sido uno de los cambios, ya no consiste en lo que fuera el pub ambientado con un pequeño concierto generalmente en acústico, sino que estas salas son para conciertos, y pueden ser ambientadas por alguna consumición cuyo precio puede ser más alto que la propia entrada para ver al grupo. Alejandra canta en un grupo de pop-rock que tocó en la sala CATS, Madrid, y afirma que “el contacto con la sala fue muy rápido y sencillo. Únicamente llamamos y nos dejaron total libertad para vender nuestras entradas”. El local pone el personal de sonido e iluminación a cambio del 20% de las ganancias por las entradas. Así funcionan los primeros conciertos.

Y hablando de la madre financiera, la calidad de vida y el bienestar social han aumentado. Poniendo como ejemplo una familia de clase media, hace treinta o cuarenta años comprarse una guitarra se equipara con lo que hoy cuesta comprarse un coche. Y si para este coche tienes un garaje propio ya tienes un lugar de ensayo idóneo y gratuito que todos los grupos buscan.

En caso de no tenerlo, siempre han existido locales de ensayo, pisos grandes, insonorizados y ubicados, en su mayoría, en barrios de la periferia, alejados del centro, donde el preciode alquiler de los locales es más barato en relación con el precio del piso. Dependiendo de varios factores como la situación y la calidad del material (amplificadores y baterías) el precio puede rondar entre 10 a 20 euros la hora. Uno de los locales de ensayo más frecuentados y demandados de Madrid es Taller 57, en el barrio de Esperanza. Sergio, guitarrista, explica que le gusta ensayar con su grupo en estos locales ya que” el precio es muy barato en comparación con otros locales. Las salas tienen muy buena acústica y el trato con el dueño es de lo más cercano”.

Los instrumentos son más baratos; existen locales de ensayo o garajes, en su defecto; Tenemos una cola de músicos que marcan una clara tendencia incluso en otros estilos más modernos, y unas nuevas tecnologías que nos permiten estar a la última de nuevos temas. Todo son ventajas, en un principio. Pero siempre hay quien ve el vaso medio vacío, y es el caso de las productoras. Óscar Claros es técnico de sonido, y colabora con varias discográficas y cadenas de televisión. Lleva más de veinte años dedicándose a la música y sabe cómo están afectando las nuevas tecnologías a este mundillo. Con esta individualidad sumada a la miniaturización de los soportes electrónicos, una forma de producción ha dado nombre a un estilo surgido en los años 80, el indie. Este estilo se caracteriza por la producción autónoma, y es lo que se está haciendo en estos días.

Ya no es un cuchillo que corta, sino que raya y pela, todo en uno. Ya no es un periodista experto en recoger y adaptar la información, sino que sabe editar vídeos y especializarse en materias de otros expertos. A esto es a lo que tiende el mundo, a la total especialidad e individualismo. Un ordenador portátil y un programa de grabación gratuito puede ser la combinación perfecta de producción casera para cualquier aficionado. Este acontecimiento no es sino el título de la crisis de las discográficas. Pero para hablar de estas necesitamos de la pregunta retórica: ¿Qué fue antes, el huevo, o la gallina?

La concepción general de la sociedad es que las discográficas se llevan un porcentaje muy elevado en la venta del disco, mientras que el artista o el grupo solo recibe cerca de un diez o veinte por ciento. “Así les va a los productores, que nadie quiere grabar con ellos, son unos ladrones, el grupo no se lleva casi nada de las ganancias”, comenta Alejandro. Sin embargo Óscar afirma que “son los distribuidores los que se quedan con más de la mitad de los beneficios y que, en muchas ocasiones, incluso tienen más pérdidas de las que esperan según qué grupos.” Y es que las discográficas nunca, y menos en estos tiempos, se la han jugado en producir discos de talentos que no van a vender.

Por si no es suficiente problema, a esto se le añade la descarga ilegal y el debate sobre la libertad digital del usuario contra la propiedad intelectual. Desde que a alguien se le ocurrió que la música podría generar millones, lo segundo que pensó fue apoyarse en la ley creando un derecho de apropiación exclusiva de una obra y la consecuente ganancia en metálico a partir de dichas creaciones. En España se creó la Sociedad General de Autores y Editores (SGAE). Lo que no ha tenido mucho apoyo entre los usuarios. En detrimento de las discográficas y de la venta del disco en general, la descarga gratuita ilegal impide todavía más las ventas de este tipo de soportes y, como consecuencia, de la labor de estas empresas.

No salen grupos porque las discográficas no apuestan con confianza. O no salen grupos porque no pueden vivir de estos discos. Sabemos que hay huevos que han puesto las gallinas, pero estas han salido, a su vez, de otros huevos. Lo cierto es que, si bien la calidad de sonido por una producción “indie” o autónoma está siendo cada vez peor, siguen saliendo revelaciones, tanto en EEUU, Suramérica, como en Europa, incluso en España, estando este problema más acentuado y agravado. Algunas almas caritativas optan por darle el gusto a sus fans de conseguir un disco gratis por internet y obtener frutos monetarios a través de los conciertos.

Pese a la diferencia entre ventajas e impedimentos y con o sin los elementos de la industria musical, una cosa es cierta, salen artistas. Pero de nuevo nos topamos con novedades. ¿Qué se necesita para triunfar y conseguir la fama? Y, sobre todo, ¿cómo se debe hacer para perdurar en el tiempo evitando una fama efímera?

Ante todo se necesita notoriedad y darse a conocer. No es raro ver como unos jóvenes con soberbio talento aprovechan estas tecnologías publicitándose en las redes sociales, blogs, webs o en la mejor vía al alcance de todos, youtube. Para ejemplos de eso tan efímero a nivel extremo, ponemos el caso de una fama más que temporal y ridícula como es el de Las Supremas de Móstoles, el “Aserejé” de las Ketchup, las canciones del verano o la eurovisiva canción del Chiki-chiki. Hace poco hablaba con mi abuela sobre David Fernández, alias Rodolfo Chikilicuatre, tuve que bailarlo para que recordara ese espectáculo. Esto es, ya nadie se acuerda de esas canciones, no se escuchan y menos las tendrá alguien en el I-pod. Son, en realidad, producto del humor más que de la sensatez musical, muy lejos de esa ordenación coordinada y lógica de sonidos. Incluso algo más elaborado como las voces de Operación triunfo o los temas de Justin Bieber requerirán de una constante variación de imagen e ideas rápidas para nuevos discos, producto del marketing, para no caer en la repetición, y, consecuentemente, en el olvido de unas fans con una media de 16 años.

No obstante, esa lógica está presente en que hace falta talento y creatividad no solo de los medios que mueven la masa, sino por parte de los artistas. Lo comercial será un arma favorable para que un tema pueda tener espacio en emisoras musicales de radio, o programas de televisión como los 40 principales. Óscar añade que “solo si esos grupos tienen contratos con grandes discográficas como Sony o Warner, entre otras tendrán la oportunidad de aparecer en los medios y ser escuchados”.

Gritos de Mimo es un grupo madrileño de pop-rock que acaba de cumplir dos años dedicándose a lo que les gusta. El grupo afirma que desde que su hobby fue convirtiéndose en algo más serio han pasado a “ensayar de 4 a 12 horas diarias”, comentan. Tienen un contrato con la discográfica Keido, y desde entonces no dejan de dar conciertos en diversas salas de Madrid. Su disco ya está a la venta en distribuidores como El Corte Inglés y están trabajando en su segundo, que ya está a punto de salir. A uno de los guitarristas se le presentó otro de los hándicaps de este sector, la incertidumbre. Esas doce horas que el grupo dice que ensaya no puede compatibilizarse con los estudios, el contrato con la discográfica es estricto y tienen que acatar horarios en cuanto a ensayos y conciertos. El ex guitarrista de este grupo obtuvo ese prefijo (ex-) al decantarse por seguir su carrera de medicina. “No puedo continuar esclavizado a unos horarios tan opresores que no me dejan continuar mis estudios. Me gusta el grupo, pero no tomaré el riesgo de vivir de la música. Por eso me voy”, me informó en el momento de su decisión.

En definitiva, son muchos los requisitos y planteamientos que hacen falta para que un día escuchemos en la radio o veamos en Internet que ha salido un nuevo grupo y que, no por méritos de la discográfica o de los medios de comunicación, asesores de imagen o managers hagan de este un sentimiento de atracción. Lo novedoso y original, lo característico sin frivolidad, lo que produce esa sensación repentina de escuchar algo y dejar al margen otros pensamientos es lo que se puede llamar música artística. Pero de nuevo es arte, nada científico, subjetividad absoluta, fluctuante y nómada. Para cada uno lo será siendo un ritmo latino, unos acordes ya desgastados o unas letras poéticas y sinceras. Divergencias que se unen en una, ¡que dure la música!